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Por demanda de heroína en EU, crecen poblados mexicanos

Martes 1 Septiembre 2015 (08:51)
> DTPV/en Línea
por Azam Ahmed

El Calvario, Guerrero.- 
Con manos diestras, pies pequeños, y centro de gravedad bajo, Angélica Guerrero Ortega es una excelente cosechadora de opio.

Desplazada a lo largo de la Sierra Madre del Sur, donde una cosecha récord de amapola cubre las laderas de las montañas en pinceladas de verde, color de rosa y morado, ella transita por las pendientes con la habilidad de una bailarina.

Aunque tímida, se espabila cuando describe su oficio: hacer las delicadas hendiduras en el bulbo, raspar pacientemente la goma, ganar en un día más de lo que sacan sus padres en una semana.

Que sólo tenga 15 años no es tan importante para las personas de su pequeña ranchería en la montaña. Si sus compañeros de clase y ella faltan a la escuela debido a la cosecha, que así sea. En un panorama de oportunidades improductivas, el ingreso pesa más que la educación.

‘Es la mejor opción para nosotros’, dijo Angélica, recargada contra una casa de tablones de madera en su aldea, donde casi todos los niños trabajan en los campos. ‘Allá en la ciudad no hay nada para nosotros, no hay oportunidades’.

A medida que aumenta la adicción a la heroína en Estados Unidos, se está dando un auge al sur de la frontera, lo que refleja la problemática simbiosis de los dos países. Funcionarios de ambos países dicen que la producción mexicana de opio se incrementó en aproximadamente 50 por ciento tan sólo en el 2014, como resultado del apetito voraz estadounidense, de los campesinos empobrecidos en México y de los emprendedores carteles de la droga que están a caballo en la frontera.

Quienes abusan de los fármacos recetados en Estados Unidos buscan drogarse de la forma más barata porque las medidas enérgicas aplicadas contra el abuso han hecho que el hábito sea excesivamente caro. Y la legalización de la mariguana en algunos estados ha provocado que bajen los precios, lo que ha llevado a que muchos campesinos mexicanos cambien de cultivo. Los cárteles se han adaptado, se han metido poco a poco en los mercados estadounidenses, otrora reservados a la heroína de más alta calidad del sureste asiático, y se están extendiendo desde los centros urbanos hacia los suburbios y las comunidades rurales.

‘Los cárteles saben bastante bien cómo lidiar con los deseos en Estados Unidos’, dijo Jack Riley, subdirector en la agencia estadounidense Antidrogas (DEA).

Los resultados han sacudido a los dos países. En Estados Unidos, donde se incrementaron las muertes por sobredosis de heroína en 175 por ciento entre el 2010 y el 2014, los políticos y los agentes del orden están batallando para responder. En México, donde la violencia relacionada con los cárteles ha vibrado por todo el país, con muertes y desapariciones de miles de personas, e informes gubernamentales sobre la erradicación de sembradíos de amapola en una cantidad récord de hectáreas el año pasado.

En ninguna parte el costo del aumento es más evidente que en Guerrero, el estado más violento del país, donde facciones rivales de narcotraficantes están en una guerra de competición sangrienta y de desapariciones silenciosas que han paralizado a la región.

Aquí, los campesinos optan cada vez más por cultivar amapola, cubriendo remotas laderas de las montañas con la robusta cosecha para subsistir a duras penas en lugares como El Calvario donde, en lo que respecta a la mayoría, el gobierno apenas si existe. Para satisfacer la demanda, se llama a niños para cosechar, por necesidad y por conveniencia. El dinero es demasiado como para que lo ignore la mayoría, y el terreno difícil es más accesible para quienes tienen complexiones más menudas.

El gobernador de Guerrero equiparó recientemente a su estado con Afganistán, el productor más grande de opio del mundo.

‘Prácticamente, estamos iguales, aunque nosotros sólo somos un estado y ellos son un país’, dijo el gobernador de Guerrero Rogelio Ortega Martínez, cuya entidad ha visto el incremento más pronunciado en la producción de opio en todo México.

Sin embargo, a diferencia de Afganistán, un país que padece bajo el peso de más de tres décadas de conflicto, Guerrero no es una zona de guerra sin cuartel. La capital estatal tiene un Burger King y un McDonald’s. Guerrero también alberga a las famosas playas y centros vacacionales de Acapulco.

Sin embargo, donde niños como Angélica escalan escarpadas laderas de montañas para lancear las amapolas y juntar el pegajoso opio marrón que escurre, hay una inquietante similitud con Afganistán. En ambos sitios, la casi ausencia del Estado permite que florezca esta actividad.

‘No es la producción de drogas la que genera el subdesarrollo’, comentó Antonio Mazzitelli, el jefe en México de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. ‘Es la falta de desarrollo lo que genera el cultivo de opio’.

O, en palabras de un campesino de El Calvario: ‘Aquí no hay un verdadero orden. Nos gobiernan los narcos’.

No es que a nadie en El Calvario le importe mucho –o siquiera sepa– el debate más general sobre el narcotráfico. Los aldeanos ven poco daño en cultivar opio. Nadie usa aquí la droga ni su derivada, la heroína, y la tarifa diaria por la labor en los sembradíos de amapola es muchas veces más de la que se paga por deshojar el maíz.

El aislamiento genera cierto desapego. El Calvario, aunque está a unas cuantas millas de la capital del estado, está abandonado, a una hora en coche subiendo por caminos montañosos sin pavimentar, con curvas muy cerradas, salpicados de rocas y surcos. En la ranchería de cerca de 100 habitantes, hay poca conciencia del mundo exterior. Algunos campesinos no tienen del todo claro para qué se usa el opio.

José Luis García, un campesino de El Calvario que renta su tierra para el cultivo del opio, preguntó más de una vez qué es exactamente lo que hace que las amapolas enloquezcan a los estadounidenses. Tras escuchar sobre la adicción epidémica en Estados Unidos, García hizo una pausa de unos momentos para reflexionar sobre la ética de cultivar amapola.

‘La culpa no es de quienes cultivan el opio’, dijo. ‘Es de los idiotas que lo consumen’.

Para los campesinos que viven en el remoto El Calvario, el cultivo de opio tiene cierta lógica. Es una planta resistente, que tiene dos estaciones en las que crece y se produce una cosecha modesta en verano y una más cuantiosa en invierno. Hacer llegar las mercancías al mercado también es fácil: los narcotraficantes llegan por ellas en camiones ostentosos hasta los remotos puestos de la ranchería y la compran directamente a los campesinos.

Funcionarios y campesinos dicen que el comercio está bajo el control del cártel de Sinaloa, el más sofisticado y mejor organizado de México. A la organización la maneja Joaquín Guzmán Loera, mejor conocido como ‘El Chapo’, quien hace poco salió libre de la cárcel más segura de México por un túnel.

‘Va a traer más dinero a la zona’, dice García. ‘Va a hacer que las cosas sean más fáciles’.

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